Por: P. Iván Lucero, S.J.
Director Ejecutivo
Centro Cultural BEAEP
El jueves 20 de agosto de 1767, cerca de las cuatro de la mañana, se presentó, de manera casi inesperada, un piquete de soldados (granaderos) ante las puertas del Colegio Máximo de la Compañía de Jesús de Quito con la intención de aplicar la Pragmática Sanción del rey Carlos III en tierras de la audiencia quiteña. El edicto real había sido promulgado meses atrás, en abril del mismo año, y ya se había aplicado de manera inexorable en otras regiones de la corona española o provincias en términos jesuíticos.
Ahora le tocaba el turno a los jesuitas de la Provincia de Quito que sumaban cerca de 270 miembros entre sacerdotes, hermanos coadjutores, estudiantes y jóvenes novicios. Las obras apostólicas que llevaban adelante en el vasto territorio de la Audiencia de Quito rebasaban el espacio geográfico quiteño. Así, el Colegio de Panamá era parte de la Provincia de Quito y no de la del Nuevo Reyno que abarcaba los espacios del Virreinato de Nueva Granada.
La labor de los jesuitas era admirable por la variedad y potencia de sus ministerios en las principales ciudades de la audiencia quiteña. Un rápido recuento nos presenta las siguientes obras: Universidad San Gregorio con un cuerpo de profesores de primera línea y una de los mejores bibliotecas de América; Colegio Máximo de la Compañía de Jesús con su propia biblioteca y gran número de estudiantes jesuitas; templo del Colegio Máximo, obra cumbre del arte barroco americano; botica que atendía a todo Quito; la única imprenta de la ciudad; administración de haciendas; procura de misiones; Colegio y Seminario San Luis y Noviciado con casa de Ejercicios Espirituales.
Además, existían otros diez colegios en las siguientes ciudades: Panamá, Popayán, Tacunga, Riobamba, Cuenca, Loja, Guayaquil. Ibarra, Pasto y Buga. En Ambato existía una residencia con templo. Por último, pero, primera entre las obras por su valor y sacrificio, se encontraban las Misiones de Maynas y del Napo que desde el primer tercio del siglo diecisiete habían dado tanto lustre a la orden y servicio a la misma corona que ahora los condenaba a un trágico destierro.
José Diguja y Villagómez, presidente de la Real Audiencia, pidió al P. Miguel Manosalvas, provincial de esos días, que reuniera a toda la comunidad, incluso, a los jesuitas vecinos del Colegio y Seminario de San Luis para que conocieran las resoluciones de la Pragmática Sanción.
Los jesuitas quiteños acataron la orden real de manera ejemplar. Ninguno de ellos opuso resistencia pública a pesar de contar con el apoyo de la mayoría de la población y de los largos años de servicio en tantos campos apostólicos. Es fácil suponer el dolor de los jesuitas quiteños por el desarraigo forzoso dictado por quien debía ser el custodio del eficiente servicio prestado a la corona. Previsible, también lo era, el larguísimo camino de dolores y penurias que tenían que recorrer hasta recalar en los estados pontificios ubicados en la actual Italia. Hambre, enfermedades, vejaciones, cansancio y hasta la muerte fue el destino para mucho de los jesuitas quiteños. Uno de los hombres más preclaros que nunca debió sufrir tan infame destino fue el Hno. Juan Adán Schwartz, el primer tipógrafo que tuvo la Audiencia de Quito, quien murió en la navegación entre Portovelo y Cartagena y su cuerpo fue arrojado al mar.
Perdieron los jesuitas una cruel batalla, pero, mayor fue la pérdida para la propia corona española y ciudades españoles, americanas y filipinas por el empobrecimiento del arte, ciencia, cultura, espiritualidad y, en nuestro caso particular, de la frontera amazónica que quedó huérfana de protección ante los avances portugueses.
No olvidemos el 20 de agosto de 1767 por la memoria de los laboriosos jesuitas quiteños a quienes nuestra actual república tanto debe todavía.