Por: Pablo Rosero Rivadeneira
Coordinador Técnico
Centro Cultural BEAEP
El Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit posee un valioso documento fotográfico que lleva por título Memorable Congreso de 1867. Se trata de una composición con los retratos de todos los diputados que asistieron a las sesiones del congreso de aquel año. Entre varias personalidades de la época, destaca la presencia del poeta Julio Zaldumbide (1833 – 1887) considerado como el mayor poeta romántico de su tiempo.
La elección de Zaldumbide al congreso provocó la ira del gran elector de esos tiempos, don Gabriel García Moreno, cuya popularidad, luego de su primera presidencia, había declinado ostensiblemente al punto de no lograr ser electo diputado. No obstante, el terremoto de Imbabura le permitiría volver a la palestra y ganarse el reconocimiento público por su gestión durante la emergencia.
El 26 de agosto de 1868, desde el “vasto campo de ruinas y cadáveres a que está reducida la antes rica y populosa Imbabura”, García Moreno, en carta a Rafael Borja, volvía a opinar sobre la elección de Zaldumbide. Creía que el terremoto era el “castigo para esta desdichada provincia en la cual se dio el escándalo de que un ateo de profesión, el fatuo coplero Julio Zaldumbide fue elegido diputado por los votos de los católicos y por la influencia y protección del entonces Obispo Checa”.
Al llamarle fatuo coplero, García quería desprestigiar el talento del que sería considerado como el mayor poeta romántico ecuatoriano. Un hombre que hablaba cinco idiomas y que había realizado notables traducciones de Lord Byron, Víctor Hugo y Goethe. Precisamente, su traducción de la Plegaria de Margarita en el Fausto de Goethe lo aleja diametralmente de los descalificativos garcianos.
Como buen romántico, Zaldumbide explora en su poesía temas como la brevedad de la existencia, el cultivo de la vida interior, la soledad como espacio creador y el desconcierto que le provoca la naturaleza. Fruto de ese desconcierto son sus traducciones de Lord Byron realizadas en Malbucho, su agreste propiedad en las cercanías de Lita, en Imbabura.
Sin embargo, este alejamiento creador no implicó una enajenación de la realidad de su tiempo. Zaldumbide fue un penetrante crítico de la omnipresencia garciana a través de su opúsculo El Congreso, Don Gabriel García Moreno y la República, en el que denunciaba las intromisiones de García Moreno en la administración del presidente Jerónimo Carrión. Fue también un apasionado defensor de las libertades civiles y un destacado agricultor obsesionado por remediar la aridez del suelo de Pimán, la hacienda de sus antepasados.
Con este propósito, construyó una acequia que, desde el páramo de Angochagua, llevó a Pimán el agua que la convirtió en un remanso verde en las inmediaciones del Chota. Su hijo Gonzalo rendiría homenaje a esta epopeya paterna por el agua en algunas páginas de su olvidada “Égloga Trágica”, la novela de que debería ser de ineludible lectura para todo imbabureño.
Sin casi salir del país, a excepción de un viaje como ministro plenipotenciario a Bogotá, Zaldumbide fue un hombre universal que mantenía correspondencia con destacados intelectuales europeos a la vez que impulsaba la libertad de imprenta para su patria.
Un poeta que alternaba su alternaba su labor cultural con el disfrute de pequeñas experiencias cotidianas. Queda testimonio de ello en una carta dirigida a don Juan León Mera en la que, luego de comentar largamente la obra del poeta inglés Alexander Pope, don Julio escribe como posdata: - “Cuando quiera usted hacer el vino de naranja, avíseme y le mandaré la receta”.
El poeta filósofo como fue conocido por sus contemporáneos murió en Quito el 31 de julio de 1887 cuando aún se esperaba mucho más de su talento. Desde París, un consternado Juan Montalvo escribió lo siguiente en carta a Manuel Zaldumbide: “Todo prometía larga vida a nuestro pobre Julio: su temperamento personal, su amable suerte, la profesión sosegada de su inteligencia (…) y es él el que se va, es él el que nos deja (…) Llórale tú como buen y tierno hermano que yo le lloraré como bueno y tierno amigo”.