Por: Erick Peralvo
Carrera de Historia
Pontificia Universidad Católica del Ecuador
En Ecuador la fiesta del 31 de diciembre se ha convertido en un acto casi ceremonial. Una vez al año las personas se permiten disfrutar del jolgorio y la música como forma de despedir lo bueno y lo malo de los 12 meses anteriores.
Entre máscaras, fuegos artificiales, algarabía y baile, por todo el país, familias enteras y grupos de amigos se reúnen para hacer de este un día en el que se deja de lado el qué dirán para celebrarse a sí mismos haciendo sátira de lo más sonado de la cultura popular ecuatoriana. La quema de monigotes o “años viejos”, las viudas y los testamentos se han convertido en una tradición que, año tras año, suma nuevos adeptos convirtiéndose en una fiesta con décadas de historia y en la que se han contado algunos de los pasajes más recientes de la memoria colectiva de la nación.
Pese a que la fiesta en sí tiene poco más de cien años de existencia, la costumbre de quemar monigotes se remonta a prácticas precolombinas donde se incineraban muñecos con la intención de destruir las almas de aquellos que eran representados. En el Ecuador, ya para finales de los años 30 del siglo pasado, el monigote tradicional de barba larga y aspecto senil fue reemplazado por personajes de la vida política y social del país (Calvache, 2007). Militares, presidentes y presentadores de televisión han sido siempre los favoritos para tomar la forma de las malaventuras del año que termina y las esperanzas del que está próximo a iniciar. Hasta la década de los 60 del siglo XX, la celebración de fin de año era parte de una fiesta mayor, la de los Santos Inocentes, que tenía lugar entre el 28 de diciembre y el 6 de enero (Flores, 2007).
En la ciudad de Quito, ya a finales del siglo XIX, se hicieron populares los bailes de máscaras en las distintas plazas de la ciudad. Tipos disfrazados de monos, belermos, arlequines, diablos y payasos, gastaban bromas a los transeúntes que, indirectamente, eran partícipes de una celebración que terminaba con las comparsas de flores en los primeros días de enero (Calvache, 2007). Esta tradición desapareció en la segunda década del siglo XX, ya que en 1959, los consentidos de Quito, el dúo Benítez y Valencia, inauguraron la serenata quiteña que vino acompañada del premio Jesús del Gran Poder, popularizando así de las fiestas de la capital.
- ¡Una limosnita para el viejo! se escucha sollozar en los portones de las casas. Hombres que antaño vestían con ropajes largos y negros, emulando las mortajas del año que se va, dan lectura al testamento que contiene consejos y referencias para los más allegados y para los que contribuyeron con prendas para vestir al “viejo”. Con los años, el discurso de los testamentos ha ido variando: pasó de ser una tomadura de pelo a los vecinos y a la familia para convertirse en una sátira de la situación política del país. Las tradicionales caretas - antes de papel y cartón ahora también de plástico y látex- son símbolo de la identidad que cada individuo refleja tras la quema del monigote. Las viudas lloronas dejaron atrás las lágrimas para convertirse en personajes subversivos que desafían la masculinidad normalizada.
Sin duda, la fiesta de fin de año es más que una simple despedida. Por un instante, el fuego y las cenizas nos devuelven nuestra condición humana, nos hacen sentir vulnerables ante la volatilidad del tiempo y lo efímero de la vida. La fiesta de fin de año nos recuerda nuestra mortalidad; los juegos y las risas no son más que un ruido ensordecedor que evita concentrarnos en lo que realmente es importante: seguir adelante. Feliz Año 2021.
Referencias
Calvache, M. (2007). Inocentadas, diblos, monigotes... Momentos de una transición . En Varias, Los años viejos (págs. 77 - 97). Quito: TRAMA.
Coba, L. (2007). Fin de Año: noche de viudas alegres . En Varios, Los años viejos (págs. 117 - 143). Quito: TRAMA.
Flores, M. (2007). La fiesta de inocentes y año viejo. Una síntesis de costumbres desvanecidas . En Varios, Los años viejos (págs. 51 - 77). Quito: TRAMA .